¿PSICOLOGÍA O COACHING?

En los últimos años ha emergido una figura “profesional”, denominada coach, que se ha relacionado con la psicología (de ahí probablemente la notoriedad que ha alcanzado) aunque en la realidad se aleja de esta disciplina científica en la mayoría de los casos (a excepción de los psicólogos que se forman en coaching), me refiero al coach o entrenador personal.

Da la impresión de que, al no ser (necesariamente) psicólogo, otorga una imagen de “normalidad” a sus clientes, es decir, las personas que contratan sus servicios están sanas mentalmente y tan solo tienen problemas “cotidianos, sencillos, trabas de la vida diaria…” que resolver; en cambio, ir al psicólogo es un tema tabú, que se tiende a ocultar excepto al círculo más intimo, ya que todavía prevalece la idea de que si vas al psicólogo es porque estás loco.

Con objeto de diferenciar ambas figuras, se argumenta que sus campos de actuación son diferentes. Así, el psicólogo trata los problemas emocionales, los trastornos o enfermedades mentales y, en general, las dificultades “graves” de la vida, bajo la opinión de que “tienes que estar realmente mal para acudir a un psicólogo”, ¿de verdad? En cambio, el coach trabaja con los objetivos del cliente, le entrena para descubrir y alcanzar sus metas (personales y profesionales).

Otras supuestas diferencias es que el tratamiento psicológico es largo y costoso (tanto personal como económicamente), indaga en los aspectos más profundos de la mente humana, buscando en el pasado las causas de los problemas actuales; el terapeuta es equiparado a un ente superior, que sabe exactamente lo que ocurre a su paciente (casi incluso sin que éste se lo cuente) y, por supuesto, lo que tiene que hacer para “curarse” (como si de un mago con su varita mágica se tratara); por su parte, el coaching es un servicio más asequible, basado en una relación de igual a igual, donde se facilita que el cliente alcance sus metas.

Esta es una visión muy limitada y poco realista del trabajo de un psicólogo y, a mi modo de ver, una forma de intrusismo profesional, al menos por parte de algunos coaches, que no son psicólogos pero actúan como tales, desconocen el funcionamiento de la mente humana, como ésta repercute en los sentimientos y conducta de las personas.

A día de hoy, el coaching tiene asociada una imagen positiva y se acompaña de una alta deseabilidad social. Parece que se ha puesto de moda tener un coach que te ayude a resolver las dificultades que te impiden desarrollarte plenamente para ser feliz; por el contrario, el “clásico” terapeuta, ese señor (normalmente se piensa en un hombre) serio, distante, introspectivo y hasta aburrido, que saca nuestras miserias para después curarlas, forma parte del pasado y, sinceramente, ¡me alegro por ello! ¿Quién querría ir a un terapeuta así? Desde luego, ¡yo no!

Afortunadamente, en contra de esta visión obsoleta y distorsionada de la psicología y los terapeutas, está la realidad: los psicólogos son profesionales, expertos en el comportamiento humano, que poseen unas técnicas y herramientas de intervención que han demostrado empíricamente su eficacia, cuyo trabajo está avalado por un colegio profesional; además, son personas cercanas, que se preocupan por sus clientes, les ayudan a mejorar y a trabajar para alcanzar sus objetivos, apoyándose en sus recursos, cualidades y habilidades; la terapeuta es un lugar de encuentro, a veces divertido, otras  veces doloroso, (casi) siempre eficaz.

Los psicólogos debemos defender nuestro trabajo y ofrecer una visión más ajustada y realista de lo que hacemos y podemos hacer. Nuestros clientes no están locos, son personas muy valientes, que tienen el coraje de enfrentarse a sus problemas, que se han decidido por el camino difícil, el camino hacia el cambio: la lucha para resolverlos; no se han dejado vencer ni se han resignado a vivir así, engañándose a sí mismos con las más variadas razones (“ya se me pasará”, “esto no tiene importancia”, “puedo con ello”…) para rehuir enfrentarse a sus demonios, que por cierto, todos tenemos, en mayor o menor grado. Si este es tu caso, pregúntate y responde con sinceridad: ¿Hasta cuando estás dispuesto a vivir así? ¿Cuánto tiempo más crees que puedes aguantar? ¿Realmente merece la pena hacerlo?

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