EMPATÍA O BUENAS INTENCIONES

El efecto de los consejos bienintencionados
Muchas veces sufrimos y sentimos emociones desagradables (no negativas ni malas) como la tristeza o la rabia; forman parte de nosotros, de nuestra biología y, en su día, fueron útiles para garantizar la supervivencia de nuestra especie.El problema no es experimentarlas, es imposible estar siempre alegre, si no que la intensidad o frecuencia de las mismas se desborde, nos dominen y nos impidan continuar con nuestra vida. Interfieren en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, con nuestra pareja, nuestros padres…
En estos casos nos podemos plantear pedir ayuda profesional, ir a un psicólogo, o buscar el apoyo de nuestros seres queridos y amigos. Ambas opciones son buenas, por supuesto; la segunda es la más frecuente, suele ser nuestra primera opción, y algunas veces, resulta suficiente.
Buscar el desahogo, aliviar nuestra mente de esas ideas que nos atormentan, expresarlas y escucharnos al darles voz, sacarlas de nuestro interior… todo ello tiene un efecto positivo, aunque a veces no es suficiente, en sí mismo, no resuelve el problema.
Además, a veces, los consejos bienintencionados que nos dan, por supuesto con la buena intención de aliviarnos y hacernos sentir mejor, no suelen lograr este objetivo, suele ocurrir que, lo que es útil para una persona, no lo es necesariamente para otra.
Y tampoco nos resultan útiles las palabras de “apoyo” de las personas de nuestro entorno; más que ayudarnos, nos hacen sentir incomprendidos y, en algunos casos, hasta culpables por nuestro malestar.
Un ejemplo: "¿por qué estás triste? si tienes de todo en la vida, no tienes motivos para estar así, anímate, ya verás como mañana estarás mejor..." ¿os suena? ¿Con ello te sientes mejor o más bien al revés?
O si estás muy enfadado: "tranquilo, no pasa nada, relájate, ¡¡que no es para tanto!!” “Ya sabes cómo es, no le hagas caso…" Dime, ¿Te calma que te digan esto? ¿O te enfadas más porque sientes que no te están entendiendo?
En estas interacciones, ¿Dónde queda la empatía? ¿Cómo demostramos al otro que le entendemos y estamos sintiendo lo que siente?
Si realmente fuéramos capaces de entender ese dolor, de ponernos en su piel, de sufrir con esa persona, seguramente no diríamos tales banalidades. A veces es mejor callar, no siempre es necesario decir algo para transmitir nuestro apoyo y comprensión.
Un gesto puede ser mucho más potente y efectivo para aliviar al otro; una mano sobre su hombro, un abrazo, o una frase tan sencilla como “te entiendo, yo en tu lugar estaría igual” puede ser mucho más potente para hacerle sentir bien y comprendido.
Y, si lo anterior no es suficiente, si vemos que el problema nos supera y no podemos solucionarlo con nuestros propios medios y el apoyo de los nuestros, tal vez sea necesario acudir al profesional para que nos ayude a resolverlo.
¿Qué opinas? ¡Me encantará leer tus comentarios!
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