Efectos secundarios del diagnóstico psicológico.
En el modelo médico el diagnóstico de enfermedad es condición imprescindible para prescribir un tratamiento adecuado y además implica el conocimiento de las causas que han dado lugar a esa situación. En cambio, a pesar de lo que pueda parecer, en el campo psicológico no necesariamente esto es así. En la práctica clínica, pocas veces encontramos un paciente que cumpla rigurosamente todos los criterios establecidos para una determinada enfermedad, otras presenta una serie de síntomas pertenecientes a diferentes categorías y, además, estos síntomas pueden a variar con el paso del tiempo, lo que da lugar también a cambios y/o adicción de nuevos trastornos al original. Por otro lado, el diagnóstico psicológico no aporta información sobres las posibles causas del trastorno (más allá de explicaciones de carácter biologicista relacionados con alteraciones en la neurotransmisión).
Ciertamente, la psicología se encuentra cada vez más influenciada por el paradigma médico (sobre todo desde la diferenciación o creación del título de psicólogo “sanitario”) y el modelo psicopatológico de la salud mental (resulta paradójico, ¿no?). La nueva edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) ha supuesto un nuevo avance en esta dirección.
El uso de un lenguaje común entre los profesionales de la salud, que define y describe una realidad concreta (como hacen los términos diagnósticos) facilita la comunicación y el intercambio de información, tanto a nivel nacional como internacional, así como es imprescindible en el campo de la investigación. En cambio, en la vida cotidiana de los pacientes, los diagnósticos suponen una limitación para su desarrollo personal a través de diferentes mecanismos:
• En algunas ocasiones, les llevan a “acomodarse” y a justificar su situación en una especie de indefensión aprendida, la persona adopta su diagnóstico y cree, erróneamente, que poco o nada puede hacer para cambiarlo o superarlo, es y se comporta así porque está “enferma”.
• Otras veces se asume el diagnóstico como una parte de su identidad, pasando de “tener una enfermedad” a “ser una enfermedad”.
• La enfermedad se asocia con un estereotipo y, en muchas ocasiones, con un estigma; la persona deja de ser vista por lo que realmente es y se convierten en una serie de conductas propias de la enfermedad diagnosticada.
• En relación con lo anterior, los diagnósticos tienen un efecto de profecía autocumplida: el entorno de la persona con determinada enfermedad mental comienza a atender de forma diferencial y a sobreestimar los comportamientos que forman parte de la categoría y a subestimar aquellos que no forman parte. En su comunicación con el “enfermo” le transmiten este tipo de mensajes, de forma más o menos explícita, y ello hará que éste se comporte como su diagnóstico prevé, de manera que el entorno atenderá diferencialmente a dichas conductas reforzando su idea previa.
• En algunos casos las personas diagnosticadas pueden obtener una ventaja o beneficio secundario de su enfermedad, es decir, consiguen beneficios de los propios síntomas, otras personas del entorno les prestan más atención, cuidados, etc.. lo que en realidad contribuye a reforzar los síntomas y la asunción del rol de enfermo.
En conclusión, si bien es cierto que el diagnóstico psicológico es necesario y útil en determinados aspectos, también tiene una serie de limitaciones sobre la persona diagnosticada y, en ningún caso, debe ser empleado para describir la realidad de ésta.
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